Cela, en el prólogo a la primera edición de La Colmena, afirmaba el carácter testimonial del texto. La novela, decía, “no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad” y “no aspira a ser más, ni menos, ciertamente, que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre”.